El rostro de Alejandro se giró hacia un lado, con los ojos llenos de desconcierto y dolor.
—Valeria… ¿Qué tendría que hacer para que me perdones?
—Yo jamás te perdonaré, desde el día en que decidiste esperar a que Lucía creciera para casarte con ella, nuestro final ya estaba escrito.
—¡Ella está loca! Solo regresa conmigo y yo la haré desaparecer y nos casaremos de inmediato. Me equivoqué, Valeria, pero no puedo vivir sin ti.—explicó atropelladamente, desesperado.
Por primera vez, en el rostro de Valeria apareció una emoción: frunció el ceño con asco.
—Alejandro, deja de darme náuseas.
¿Náuseas?
Él retrocedió tambaleante, sintiendo cómo una mano invisible le apretaba el corazón hasta dejarlo sin aire.
Su Valeria le había dicho que le daba asco, las lágrimas cayeron sin control; quiso hablar, pero su voz se quebró.
En ese momento, Pablo entró por la puerta, le dirigió una mirada fría a Alejandro y luego se acercó a Pablo.
—Valeria, la abuela dice que la cena está lista.
Con naturalida