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Alejandro, en secreto, buscó la manera de apoyar los proyectos de Valeria.

Cada año destinaba el cinco por ciento de las ganancias de su empresa para financiar la compañía de ella y sus planes de desarrollo comunitario.

No se atrevía a molestarla más; solo quería protegerla a su manera.

Cuando los accionistas se enteraron, otra vez fueron a hacerle escándalo.

Alejandro simplemente les mostró el contrato de apuesta y les cerró la boca.

El acuerdo con Valeria era indefinido: mientras ella siguiera trabajando en el desarrollo de las aldeas, ese dinero se transferiría puntualmente.

Todos los días, Alejandro recibía noticias de ella, veía sus videos.

Valeria se volvía cada vez más segura, más radiante, más brillante, era la razón por la que él seguía en pie.

Una noche, mientras se levantaba de su escritorio, la vista se le nubló por completo y cayó desplomado al suelo, cuando abrió los ojos, vio a su madre llorando a su lado.

Las revisiones médicas confirmaron lo peor: los múltiples golpes
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