Hasta hacía un instante, Alejandro se mostraba sereno; pero al escuchar a su asistente, se puso tenso de golpe, lo sujetó del brazo con desesperación y lo sacudió mientras lo acribillaba a preguntas:
—¿Dónde está? ¿Dónde está Valeria? ¡Dímelo ya!
—En una aldea de las montañas del suroeste.—respondió el asistente, mareado por los sacudones.
Una chispa de esperanza iluminó el rostro de Alejandro, sin pensarlo, echó a correr hacia la salida. Los accionistas intentaron detenerlo, pero él, fuera de sí, derribó de un puñetazo al que tuvo más cerca. Nada le importaba ya, solo ella.
Salió del edificio como un fugitivo, condujo directo al aeropuerto.
En el camino, iba demasiado rápido, en un cruce, el semáforo estaba en amarillo cuando un camión enorme irrumpió a toda velocidad, el choque lo lanzó contra un costado de la vía.
Su Maybach quedó hecho añicos, y el asiento atrapó su pierna.
—¡Maldición! —gruñó, tirando del cinturón de seguridad y jalando de su pierna, pero mientras más forcejeaba,