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—Señorita Rosales, en aquel accidente usted sufrió graves heridas en el abdomen. Haber quedado embarazada ahora es casi un milagro. Si pierde a este bebé, quizá nunca pueda volver a concebir —dijo el médico con expresión incómoda—. Piénselo bien, hable con su esposo antes de tomar una decisión.

Los dedos de Valeria se crisparon. Sintió una punzada en el corazón. Alejandro nunca le había contado eso.

Cada vez que sus familias presionaban para que tuvieran hijos, él cargaba con la responsabilidad, diciendo que aún no querían romper su vida de pareja.

Las lágrimas nublaron los ojos de Valeria. Él siempre la cuidaba, temiendo que ella sufriera.

Pero por más bueno que fuera, no podía borrar la verdad de su engaño.

—Gracias, doctor. Lo pensaré.

Salió aturdida de la consulta y, de pronto, en el pasillo se encontró con Alejandro y Lucía, ya de vuelta.

Alejandro sostenía con cuidado a Lucía mientras salían de la sala de ecografía. En su rostro había una mezcla de nerviosismo y ternura, sin apartar la mirada de ella ni un instante.

—No hace falta tanto, hermano. Estoy embarazada, no enferma —dijo Lucía con una sonrisa dulce. Desde que lo conoció de niña, siempre lo llamó “hermano”, y nunca dejó de hacerlo.

Alejandro sonrió, incapaz de ocultar su alegría.

—Claro que me preocupo, es nuestro primer hijo, debo cuidarte bien.

Valeria apretó con fuerza la hoja de la cita médica. El frío le fue calando el cuerpo, como si escuchara su propio corazón romperse. Sus ojos ardían, pero ninguna lágrima salía.

Cuando el dolor es extremo, ni siquiera se puede llorar.

Mientras Alejandro y Lucía entraban en el ascensor, Valeria abrió de nuevo la cita médica y regresó a la consulta para fijar la cirugía en dos días.

No permitiría que su hijo naciera en un mundo de mentiras, ni que viniera al mundo sin un padre verdadero. Parece que el destino quisiera burlarse de ella.

En el estacionamiento, se cruzó con la pareja otra vez, sin pensarlo, siguió el coche de ellos.

Alejandro llevó a Lucía al restaurante giratorio.

El corazón de Valeria se hundió, ese lugar él mismo lo había diseñado el año pasado para celebrar su cumpleaños.

Le había dicho que solo ella merecía cenar allí y ahora llevaba a otra mujer.

Dentro del restaurante, Lucía se sentó en la mesa favorita de Valeria. Sobre la mesa había postres, y no muy lejos Alejandro apareció empujando un carrito.

Con elegancia, tomó una flor de su solapa y se la entregó a Lucía. De ella colgaba un collar repleto de diamantes.

—Felicidades, mi princesa, por convertirte en futura mamá.

—Alejandro... gracias. Estoy tan feliz —respondió Lucía con lágrimas contenidas—. Y encima cocinaste para mí.

—Déjame probar un bocado y luego vete. Te he robado demasiados días; deberías regresar con Valeria.

Alejandro la estrechó contra su pecho, conmovido.

—Tonta, hoy no voy a ninguna parte. Me quedaré contigo.

—¿Y la Valeria? Mañana es su aniversario de bodas. Si no regresas, se entristecerá.

—Ya lo tengo todo planeado. No te preocupes. —Le acarició el cabello y le colocó el collar—. Tú ya eres mi esposa, de ahora en adelante dedicaré más tiempo a ti y a nuestro hijo.

En la esquina, Valeria retrocedió hasta chocar con la pared helada. Todo su cuerpo temblaba de frío.

Sí, Lucía era la verdadera esposa legal de Alejandro.

Y ella no era más que una tonta sin estatus.

Recordó la primera vez que él la llevó a ese restaurante. También le había regalado un collar de diamantes. Para cocinarle, incluso aprendió en secreto durante un mes con un chef Michelin.

“Esposa, prueba mi comida, a partir de ahora, yo me encargo de tus tres comidas diarias.”

“Toda mi vida te amaré solo a ti, jamás a otra.”

Ahora, ese amor y esa devoción estaban copiados palabra por palabra para Lucía.

El pecho de Valeria se cerró de dolor. La “vida entera” de Alejandro resultaba demasiado corta.

Corrió fuera del restaurante con lágrimas desbordando sus mejillas.

Más tarde, fue a un bufete de abogados, ordenó liquidar todos sus bienes y devolver cualquier cosa relacionada con Alejandro.

La herencia de sus padres era suficiente para sobrevivir; dinero no le faltaba. Lo único que quería era cortar todo lazo con él.

Cuando era de noche, regresó a casa agotada.

La mansión estaba vacía; solo una lámpara encendida por la mucama. Se dejó caer en el sofá.

Las paredes estaban llenas de fotos de ella y Alejandro. Cada latido era un golpe de dolor insoportable.

Se frotó la frente y comenzó a quitar los marcos uno por uno.

La primera foto de la infancia, con su vestido rosa, y él diciéndole que era la princesa más hermosa.

La de su primer baile, donde la sostuvo de la cintura y le pidió que solo bailara con él.

La de su primera cita, abrazándola y girando sin parar, proclamando que era el hombre más feliz del mundo.

***

Una a una, las fotos terminaron en la trituradora, hasta que todos sus recuerdos se volvieron pedazos.

Pasó toda la noche en ese ritual de destrucción.

Al amanecer, sus brazos estaban entumecidos.

Aun así, Alejandro no regresó.

Y ese día era su aniversario de bodas.
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