SALVATORE
Cierro la puerta de mi oficina detrás de mí, el clic resonando como un veredicto, y siento de inmediato el cambio de atmósfera. El espacio es grande, elegante, casi frío, cada mueble, cada objeto dispuesto con una precisión casi obsesiva, refleja la rigurosidad que exijo. Los empleados que me han seguido aquí se inmovilizan, congelados por la simple perspectiva de estar dentro de mi santuario, conscientes de que en estas paredes, nada puede escapar a mi mirada.
— Señor Salvatore, comienza un joven ejecutivo, con la voz titubeante, tenemos… bueno, las proyecciones del trimestre pasado, dice mientras coloca un dossier sobre mi escritorio con manos temblorosas.
Levanto la vista hacia él, el silencio llenándome como un aliento pesado, y él se congela, incapaz de sostener mi mirada. Tomo el dossier lentamente, hojeando cada página, dejando que el ruido del papel se propague en la habitación como una advertencia. Las cifras no son falsas, pero son aproximadas, careciendo de precis