Llevaba dos semanas ignorando por completo a Phillip.
Me había escrito una y otra vez, con mensajes que insistían en vernos, en hablar, en aclarar todo… pero yo me mantenía firme.
No iba a darle espacio hasta sentirme verdaderamente lista para enfrentarlo.
Su respuesta aquella noche me había dolido más de lo que quería admitir. Tanto, que llegué a cuestionarme si todo esto era una ilusión de mi parte, si de verdad sentía lo que creía sentir.
Pero no.
Era real.
Lo quería. No podía negarlo ni aunque lo intentara con todas mis fuerzas, y justamente por eso dolía tanto. Porque a veces querer a alguien no basta. A veces se necesita certeza, coraje y compromiso. Y Phillip, esa noche, no supo darme ninguno de los tres.
—¿Te sientes bien? —preguntó Deck mientras dejaba su café sobre mi escritorio y se inclinaba un poco para observarme con atención—. Estás pálida. ¿Dormiste algo anoche?
Rodé los ojos, pero no pude evitar sonreír ante su exageración.
—Dormí lo justo, gracias por preocuparte —re