—¿Te pasa algo, Fran?
La pregunta flotó en el aire de manera sutil. Me limité a encogerme de hombros en respuesta, fingiendo desinterés, aunque por dentro era un hervidero de nervios. La música del bar estaba tan alta que apenas podía oír mis propios pensamientos, lo que no ayudaba en absoluto a calmar mi ansiedad.
Habíamos llegado hacía menos de diez minutos, y yo ya no podía controlar los pequeños gestos que me traicionaban: jugueteaba con la servilleta, movía una pierna sin parar, y revisaba el celular cada dos segundos. Carla no era tonta y me conocía demasiado bien como para no notar que algo me alteraba.
Y lo que me alteraba tenía nombre y apellido: Deck. Mi compañero del trabajo, buena persona, simpático… y elegido por mí para tener una cita a ciegas con Carla. El problema era que aún no llegaba. Me había escrito que se atrasaría unos minutos, y cada segundo que pasaba sin que apareciera se sentía como una eternidad.
No era fácil hacer esto. No era fácil convencerme a mí misma