Phillip.
Desperté más temprano de lo que habría querido. La luz del sol filtrándose por la ventana me obligó a entrecerrar los ojos, pero no fue eso lo que me mantuvo despierto. No… fue ella.
Francisca.
Llevaba más de una hora dando vueltas en la cama, repasando en mi cabeza lo que había pasado anoche, como si al repetirlo pudiera entenderlo mejor.
Me senté al borde del colchón, pasándome una mano por el rostro.
Nos besamos, otra vez.
Y no fue un beso cualquiera. Fue el tipo de beso que se da cuando ya no se puede seguir fingiendo normalidad. Sentí su cuerpo temblar contra el mío, su respiración acelerada, sus manos aferrándose a mi camisa como si no pudiera soltarme. Y yo… yo me aferré a ella como si me estuviera permitiendo respirar por primera vez en semanas.
Había sido una sensación maravillosa, pero ahora no sabía qué hacer con eso.
No era solo una atracción pasajera. Francisca me gustaba mucho, más de lo que debería.
Y ese era el problema.
Francisca y yo compartíamos un pasado,