Desperté con el sonido de mi alarma matutina. La apagué de inmediato y sonreí.
Hoy sería un gran día.
Me levanté rápidamente y fui directo a la ducha, pero antes de entrar al baño me topé con mi mejor amiga saliendo de su habitación. Las ojeras le contorneaban los ojos, señal clara de que había pasado una mala noche.
—¿Te enteraste de lo que pasará hoy? —pregunté con una sonrisa, apoyándome contra el marco de la puerta del baño.
Carla me miró con las cejas fruncidas, pero después de unos segundos sus ojos se iluminaron.
—¡Por fin ese par va a oficializar! —chilló emocionada, con una mirada soñadora.
No necesitábamos decir nombres. Ambas sabíamos que hablábamos de Ignacio y Germán. Carla era una romántica empedernida, y siempre había creído en los amores destinados. A veces me preguntaba cómo era posible que llevara dos años sola. Aunque, siendo sincera, lo entendía perfectamente: ella había estado profundamente enamorada de Jack, y eso no se borraba fácilmente.
Lo suyo había sido rea