Phillip.
Había algo en Francisca que no podía ignorar.
Volver a verla después de tanto tiempo era como redescubrir un lugar al que alguna vez llamé hogar, pero ahora todo se sentía más intenso. Como si el tiempo, lejos de apagar lo que sentí en algún momento, lo hubiera potenciado.
Ella siempre fue linda, sí. Pero ahora... ahora era otra cosa.
Tenía esa mezcla perfecta entre madurez y ternura que me descolocaba. Sus gestos seguían siendo dulces, pero sus palabras tenían más firmeza. Sus ojos, esos que tantas veces me dejaron sin aire, ahora brillaban con una seguridad nueva. Y cuando se reía... maldita sea, sentía cómo se me aceleraba el corazón.
Mientras la miraba moverse por la cocina, con esa bata rosa y el cabello un poco despeinado, me pregunté cuántas veces más iba a contener las ganas de acercarme. De decirle lo que realmente pensaba. De confesarle que verla así, tan cerca y a la vez tan lejana, me estaba volviendo loco.
Nunca creí en las segundas oportunidades. Pero ahora...