Francisca.
—No, no… no es lo que piensas —se apresuró a decir Phillip, dando un paso al frente—. Maddie tuvo un problema con el transporte, se empapó, y… no podía dejarla afuera. Le ofrecí una toalla y una ducha. Solo eso.
—Claro, entiendo.
No. No entendía nada.
Forcé una sonrisa hacia aquella mujer, quien me devolvió una mirada inquisitiva, con una ceja alzada, como si yo hubiese llegado a arruinarles el momento. Era la misma chica con la que lo había visto en la calle, y que ahora estuviera aquí solo confirmaba que tenían una relación más cercana de lo que Phillip admitía.
¡Maldita sea!
De pronto, sentí una punzada de rabia hacia Carla por haber salido y dejarme expuesta a esta situación.
—¿Quieres una toalla también? —preguntó Phillip con evidente nerviosismo—. Y… ropa seca. Tengo más.
Demonios. ¿Por qué sentía como si me estuvieran clavando un cuchillo en el pecho?
Estuve a punto de decir que no, movida por el orgullo que me quemaba por dentro. Pero entonces un escalofrío me reco