[A las tres en punto]
Luciana respondió: [Sí, entendido.]
Como Sebastián no estaba, ella no tenía mucho trabajo. Pasó la mañana leyendo un poco y durante el descanso de mediodía regresó a casa para ordenar.
En la mañana había salido apurada al trabajo sin poder limpiar a fondo.
Al agacharse para tirar la basura, sintió un tirón en la herida de su espalda. Fue al baño y se miró en el espejo, aplicándose yodo. Como era invierno, la herida no sanaba tan fácilmente.
Dejó la casa impecable y también lavó las sábanas.
Luego se dirigió directamente al aeropuerto.
Llegó media hora antes y esperó. El vuelo parecía retrasado, pues solo una hora después vio llegar a Sebastián.
No llevaba traje. Vestía un suéter negro con cuello que dejaba ver una camisa blanca debajo y pantalones negros casuales que enmarcaban sus piernas largas y rectas. Llevaba el abrigo sobre el brazo derecho y arrastraba la maleta con la mano izquierda.
— ¡Abogado Campos! —Luciana agitó la mano.
Sebastián la vio saludando jun