Conocía bien la forma de ser de Luciana; con este tipo de heridas pequeñas, ella siempre las descuidaba. Recordaba una vez que se cortó el dedo mientras cocinaba y sangró mucho, pero solo se puso una tirita y la herida tardó mucho tiempo en sanar.
— Ya fui —respondió Luciana.
Su principal objetivo era evitar enredarse en conversaciones con él.
Alejandro no le creyó:
— Sé que no has ido. Aquí hay medicamentos: unos para tomar por vía oral, contra el tétanos y la inflamación, porque tu herida parece profunda. Y también hay pomada para aplicar externamente. No dejes que la herida se moje...
— ¿Hablas en serio? —Luciana se sorprendió de que ahora se preocupara por ella.
Antes, cuando sufría algún golpe o herida menor, él solo decía:
— ¿Por qué no vas al hospital?
Nunca había comprado medicinas por iniciativa propia ni se había preocupado si sus heridas podían mojarse o no.
Cuando se cortó el dedo, ¿acaso no siguió cocinando para él? ¿Y él mostró alguna preocupación?
Y ahora, después del di