Le aterraba que su hija no pudiera soportar verlo.
—Realmente quiero darle una paliza —dijo Mariano, con la nuez de Adán temblándole.
Catalina temía que su esposo, en un arranque, realmente fuera a golpear a Alejandro. Aunque hubiera sido fuerte de joven, ahora ya estaba mayor. Si llegaban a los golpes, quién sabe cómo terminaría.
Cuando Luciana salió de la cafetería, Catalina inmediatamente la tomó del brazo:
—Vamos rápido al bistró, tengo hambre.
Luciana asintió, pero al ver los ojos enrojecidos de su padre, frunció el ceño:
—Me fui solo un momento, ¿y ya estás molestando a papá?
—¿Quién está molestando a tu papá? —alzó la voz Catalina.
Había tomado muy en serio las palabras de Luciana aquel día. Ahora trataba a su esposo con mucha más dulzura. Sin sus regaños de señora mayor, podía estar más tranquila, sin irritarse tan fácilmente como antes.
Al ver que los ojos de su esposo seguían rojos, Catalina se desinfló:
—No me pude contener, la próxima vez tendré más cuidado.
—La próxima vez