—Luciana, querida —Catalina se sentó junto a su hija y le tomó con dulzura las manos—, no es que quiera regañarte, pero no puedes ser tan caprichosa. Tu padre y yo apenas nos ganamos la vida, y solo cuando te casaste con Alejandro pudimos vivir en una casa tan bonita. Él está herido y tú no estás a su lado cuidándolo, ¿qué clase de esposa eres?
—¿No les dijo nada más? —preguntó Luciana.
—Sí, dijo que estabas enojada con él y nos pidió que habláramos contigo. Luciana, ya déjense de peleas, él admitió sus errores frente a mí, ve a verlo —insistió cariñosa Catalina.
Luciana soltó una risa amarga y miró a su madre. —Mamá, Alejandro y yo nos divorciamos, ya tenemos el certificado, ¿para qué voy a volver?
Catalina se quedó paralizada.
Mariano también miraba a su hija con total incredulidad. —¿Di divorciados?
—Luciana, ¿qué pasó?
—Me fue infiel, por eso nos divorciamos —Luciana había traído el certificado de divorcio específicamente para enfrentar en ese momento a sus padres.
Catalina agarró