Alejandro, que ya llevaba días con malestar estomacal, se sintió peor después de probar el picante.
Frunció el ceño sin decir nada, pero aceptó tácitamente irse.
Se levantaron, pagó la cuenta y salieron del bistró.
Por el frío, había poca gente en la calle. Los pocos grupos que caminaban lo hacían juntos, protegiéndose mutuamente del viento helado.
María se encogió:
—Qué frío hace.
Esperaba que Alejandro la abrazara, pero él actuó como si no la hubiera oído y fue directo a abrir el auto.
María hizo un puchero decepcionada.
Ya en el auto, preguntó:
—¿Alejo, puedo ir a ver tu casa?
Alejandro respondió distraídamente:
—Mmm.
María sonrió de inmediato, olvidando su decepción anterior.
Poco después llegaron a su casa.
Al entrar, María vio a la empleada preparando empanadas y se acercó curiosa:
—¿Por qué haces tantas empanadas?
—El señor Morales las come por la mañana, pero como no hay tiempo temprano, preparo varias y las congelo. Así puedo freírlas cuando el señor quiera —respondió la emple