—Buenos días —dijo Sebastián al entrar.
Se desabrochó un botón del saco y se sentó frente a la mesa.
—Es un desayuno sencillo, abogado Campos, ¿sí está acostumbrado a este tipo de comida? —preguntó Luciana.
—No, pero si empiezo a comerlo seguido, me acostumbraré —respondió, tomando los cubiertos y yendo al grano.
Luciana lo miró, sorprendida.
—¿Está diciendo que no soy buena para cocinar?
—Lo que estoy diciendo es que, si no me acostumbro, no es culpa de tu comida. Es solo que aún no me acostumbro a tu sazón —dijo mientras tomaba un bocado.
Lo que no dijo fue: no es tu comida, es mi lengua.
Luciana guardó silencio, sin entender por qué le costaba captar eso. Mejor no pensar en eso, necesitaba energía para el caso.
—No le eché azúcar a la leche —comentó.
Sebastián solo asintió.
—¿Le gusta la leche dulce o sin azúcar? —preguntó.
—Dulce.
—A mí también. —Luciana sonrió, feliz de encontrar a alguien que pensaba igual. Sus padres siempre tomaban leche sin azúcar.
Cada vez que le ponía azúcar