Daniela giró la cara para no ver a Luciana.
—Estoy cansada, no tengo ganas de andar en juegos.
Andrés se metió rápido para evitar que todo se pusiera más tenso.
—Luciana, vamos tú y yo. Es largo el camino, y si nos demoramos mucho, ya va a ser mediodía cuando lleguemos.
Luciana se encogió de hombros.
—Está bien.
Las bicis turísticas eran dobles, para ir sentados uno junto al otro. Andrés quedó tan cerca de Luciana que podía oír su respiración y sentir ese aroma suave que siempre tenía.
El corazón le empezó a latir como loco. Pum, pum, pum… fuera de control.
Le costaba creer que, con su edad y experiencia, todavía se pusiera así por estar junto a una mujer. Parecía un adolescente.
Él mismo se sentía ridículo.
Pero no podía calmarse.
Tal vez ese era el poder del amor. No le hace caso a la razón. Hasta el más fuerte se vuelve débil cuando ama o desea.
En verdad, lo que hacía que Andrés se sintiera así era esa mezcla de haber querido tanto y no haberlo tenido. Y ahora, al sentir que había