Luciana apretó los labios. Tenía un nudo en la garganta, seco e incómodo. Había estado con Alejandro siete años, de esos, cuatro como su esposa, viviendo con la familia Morales.
Había hecho todo por cuidar a su esposo, por respetar a sus suegros.
Como esposa y nuera, siempre lo dio todo, sin quejarse.
Aguantó todas las humillaciones y los comentarios malintencionados de Victoria, solo porque era la mamá de Alejandro.
Nunca le dijo nada a él, no quería ponerlo a elegir entre una de ellas.
¿Y qué ganó?
Más desprecio. Más burlas.
Incluso después del divorcio, Victoria seguía viéndola como poca cosa, sobre todo por su origen humilde.
Luciana miró a Alejandro y se esforzó por que su voz no se quebrara, aunque estaba algo afónica:
—¿Sabes, Alejandro? El peor error de mi vida… fue haberme casado contigo.
El agua bajaba por la cara de Alejandro, mezclándose con el agua de su cabello. Nadie sabía si eran lágrimas o gotas de las aguas termales.
Victoria pareció despertar de la nada.
—¿Te arrepie