Ambos se asustaron al mismo tiempo y, también al mismo tiempo, apartaron las manos torpemente.
Luciana unió sus manos con fuerza, escondidas bajo su ropa. Todavía sentía el roce de su mano con la de él.
Sebastián le agarró ambas manos.
—La primavera ya viene —dijo.
—Sí —respondió Luciana, mirando hacia el río.
—El viento ya no se siente tan frío.
Levantó la mirada y vio el cielo lleno de estrellas.
—La gente está tan ocupada con sus problemas que ya no se detiene a disfrutar la vida —comentó con nostalgia.
Miró a Sebastián.
—Abogado Campos, vea cuántas estrellas hay.
Sebastián siguió su mirada.
El cielo nocturno se veía inmenso y silencioso, y las estrellas mostraban lo grande que es el universo.
Una brisa suave movió los cabellos sueltos cerca de su oído.
Podía ver el hermoso contorno de su cara, sus facciones definidas bajo la luz de los astros.
Sebastián la observó con calma.
Despierta tenía un carácter fuerte y firme.
Había también algo de agudeza en ella que la hacía aún más atrac