Kael
La bruma de la mañana aún cubría las colinas cuando dejé la casa de piedra.
El suelo bajo mis pies vibraba suavemente, cargado de los murmullos de la tierra, de sus llamados sordos que solo los míos podían oír. En el aire flotaba el olor acre del rocío, mezclado con el de la selva, más primitivo. Y en mis venas… el mismo fuego. El mismo vértigo. Como un escalofrío bajo la piel del mundo.
Ya no dormía. No realmente. Desde hacía días.
Mis noches estaban habitadas. Poseídas.
Siempre por el mismo sueño. O más bien, por el mismo rostro.
Una mujer.
Su mirada me quitaba el aliento. Sus ojos eran vastos como un cielo después de la tormenta, pero aún más peligrosos. Su olor, que no conocía, resonaba en mí como un recuerdo antiguo. Una quemadura dulce, obsesionante, dolorosa. Una obsesión que nada apaciguaba. Ni siquiera la caza. Ni siquiera las peleas. Ni siquiera la sangre.
Nunca le había hablado. No conocía su nombre.
Pero me atormentaba.
Y en las brumas de mis pesadillas, en los silenc