NORA
La puerta de mi apartamento se cierra detrás de mí con un golpe sordo que resuena como una barrera, un intento de cortar el mundo exterior, pero el eco me recuerda de inmediato que no es una verdadera protección, solo un refugio frágil que solo puedo habitar unas horas más. Apoyo mi espalda contra la madera, mis ojos cerrados, respirando profundamente como para ahuyentar la tensión que se ha deslizado bajo mi piel desde el instante en que sus dedos rozaron los míos.
Sigo apretando ese papel entre mis manos, ese pequeño rectángulo donde la dirección parece inscribirse como una orden silenciosa, una marca indeleble. Una parte de mí quisiera arrugarlo, tirarlo a la basura, pretender que no he visto nada, que no he oído nada, y retomar mi vida como si nada hubiera pasado. Pero la otra parte, la que arde, la que tiembla, que quiere entender por qué he entrado en este juego peligroso, aprieta el papel aún más fuerte, como si ese contacto materializara el lazo invisible que me ata a él.