NORA
El taxi se detiene en el camino empedrado con un ligero chirrido de neumáticos, y mi corazón late aún más fuerte cuando mis ojos se posan en la villa. Iluminada por una luz cálida pero severa, parece a la vez majestuosa y amenazante, un lugar que no me pertenece, que nunca me pertenecerá, y donde me dispongo a entrar como si solo fuera una invitada tolerada, elegida, puesta a prueba.
El conductor me lanza una mirada rápida por el retrovisor, como si percibiera la vacilación que me retiene unos segundos de más, pero pago, bajo, y el aire de la noche me envuelve. La puerta masiva se abre casi de inmediato, sin que haya tenido que golpear. Un hombre en traje oscuro, discreto pero imponente, me saluda con un gesto de cabeza y se aparta para dejarme pasar. Cruzo el umbral, mis pasos resuenan contra el mármol, y el calor interior me golpea de lleno.
Entonces lo veo. Instalado en un gran sillón bajo, como un rey en su trono, Hugo me espera. Con un vaso de licor ámbar en la mano, apenas