NORA
La oficina está extrañamente silenciosa, cada ruido de la ciudad ahogado por los dobles acristalamientos, y, sin embargo, el aire parece cargado, vibrante de la tensión que llevo dentro. La caja sigue entre mis manos, glacial, lisa, casi demasiado perfecta para ser simplemente un objeto. La giro de nuevo, lentamente, mis dedos rozando los contornos, cada movimiento medido, calculado, mientras una parte de mí arde por hacer volar todo por los aires.
— Joder… murmuro, la voz ahogada por la ira y la frustración, joder…
Pero mi ira choca con algo más profundo, más insidioso. Mi corazón se acelera con cada segundo, y un escalofrío me recorre al recordar que no estoy sola. Hugo está ahí. Invisible pero presente. Y detrás de él, otra mirada, otro espectador, una cámara discreta que sigue cada uno de mis movimientos. Esta idea me desestabiliza, me enciende tanto como me repugna. Siento cada fibra de mi cuerpo despierta, como si el calor de mis propias emociones resonara con el de aquel o