NORA
El teléfono vibra en mi mano, su pantalla se ilumina, cruel, con ese número que se ha convertido tanto en una amenaza como en una promesa. Me quedo paralizada, incapaz de extender la mano, como si el aire a mi alrededor se hubiera espesado, como si mis dedos estuvieran sellados por el metal helado de la caja que aún sostengo. Mi corazón late en mi garganta, una pulsación pesada, dolorosa, que casi me da náuseas.
Lo miro, ese rectángulo negro que danza, como si fuera él, como si Hugo estuviera ahí, justo detrás, su aliento cortante, sus ojos clavados en los míos, invisible pero tan presente que siento que está sentado frente a mí. Mi vientre se retuerce, mi cuerpo arde, pero mis dientes apretados escupen un rechazo mudo.
— No esta vez.
Dejo sonar, obstinada. Cada vibración es como un martillazo en mi cabeza. Quiero que sienta mi resistencia, que entienda que no soy una presa dócil que puede llamar a su antojo. Quiero aguantar, demostrarle que aún soy dueña de algo. Pero el silenci