NORA
El ruido seco de la cerradura me hace sobresaltar, mientras aún estoy desplomada en el sofá, las manos crispadas alrededor de un cojín como si me aferrara a él para no hundirme.
La puerta se abre lentamente, y una voz familiar rompe el silencio.
— ¿Nora?
Levanto la cabeza, y allí está mi Léa. Sus ojos avellana siempre brillan con una calidez casi maternal, pero esta noche, veo su sonrisa desvanecerse al encontrarme en este estado. Sus maletas arrastran detrás de ella, su cabello aún húmedo por la lluvia.
— Dios mío… ¿qué te ha pasado?
Deja caer todo, su equipaje, su abrigo empapado, y cruza la habitación a grandes zancadas. El olor de su perfume llega a mí, una mezcla reconfortante de jazmín y vainilla, y tengo ganas de ahogarme en él.
Sacudo la cabeza, intento sonreír, pero mi garganta se cierra.
— Nada… bueno… yo…
No termino. Ella ya se ha sentado a mi lado, sus manos cálidas rodeando las mías, como para anclarme.
— Nora, para. Mírame.
La miro fijamente, y la represa cede. Las