Hugo
He permanecido allí, plantado frente a esta mesa vacía, las manos inertes, la mirada fija en ese marcador negro que he dejado sobre la mesa demasiado suavemente como si ese gesto pudiera borrar todo lo que se ha dicho, todo lo que se ha callado, como si la herramienta que trazó las últimas palabras pudiera tragarse los silencios que había entre nosotros, como si pudiera esconderme en un objeto inofensivo para no enfrentar la magnitud del desastre.
La vi irse.
La sentí rozarme como una ráfaga, como un viento de despedida, sin que ella girara la cabeza, sin que me diera siquiera el permiso de seguirla con la mirada, sin que mereciera esa última huella de ella.
Desde entonces, no me muevo.
Sigo allí, congelado en una sala vacía, congelado en un momento que ya no existe, con el silencio como única respuesta y mi propio aliento como única presencia, ese aliento que me repugna, que me pesa, que ya no tiene razón de ser desde que ella salió, desde que la dejé salir.
Debería