Nora
Dos días.
Cuarenta y ocho horas de silencio, de espera, de suposiciones vanas, de latidos de corazón demás, de latidos en el vacío, en la falta, en la ausencia, en este nada que me dejó al irse.
No un mensaje, no una palabra, no una huella, no una señal.
Ni siquiera ese "gracias" cobarde, educado, soltado como se cierra un capítulo que no se ha leído hasta el final.
Nada.
Salió de mi cama como se abandona un crimen, como se huye de una escena que no se quiere enfrentar, como se borra un sueño antes de que se escriba.
Y yo, me quedé allí, inmóvil, desnuda de todo, incluso de mis ilusiones, incluso de mis armas.
Lo peor es que no lo vi irse, que no oí la puerta, que no sentí llegar su ausencia, que abrí los ojos en un silencio demasiado nítido, demasiado limpio, demasiado lleno de vacío.
La sábana aún tibia de su calor, de su aliento, de su peso.
Pero él, ya está lejos.
Y en el aire, algo cortante, como una cuerda rota, como una frase interrumpida en medio de una palabra, como una