NORA
No duermo más.
O, en todo caso, me pierdo en ausencias, en eclipses de conciencia, en momentos suspendidos entre dos respiraciones donde el tiempo deja de tener contorno, donde ya no sé si estoy en un sueño o en el después. Me despierto sin recuerdos, sin referencias, en sábanas húmedas de sudor, con la sensación de haber sido arrastrada a algún lugar, pero ¿a dónde?
Ya no hay noche, ya no hay día. Solo horas por atravesar. Una travesía lenta, entumecida, donde camino sobre los escombros de mí, de nosotros, sin zapatos, sin piel.
Cada movimiento es un esfuerzo. Girar la cabeza. Inspirar. Tragar. Ser.
Me levanto al mediodía. Al menos, eso dice el reloj. Yo ya no sé nada. Tengo la boca seca, la lengua áspera, el estómago vacío y apretado al mismo tiempo. Arrastro mis pies hasta la cocina. El suelo está frío. Todo está en silencio. Incluso mis pensamientos. Solo un murmullo sordo, al fondo, como el zumbido de un frigorífico vacío.
Coma un yogur que no tengo ganas de comer. Trago por