Nora
Tres días sin una señal.
Tres días de vacío, voluntario.
Sin mensaje. Sin “ven”. Ni siquiera un “quédate”.
Nada.
Solo esta tarjeta negra, siempre ahí, en mi bolsa.
Sin palabras, sin logo.
Tan vacía como su mirada, últimamente.
Pero mil veces más pesada.
La he tocado varias veces, con la yema de los dedos.
Nunca demasiado tiempo.
Como una brasa que se roza para asegurarse de que aún está caliente.
Lo está. Ardiente.
Y me duele.
No la he abierto.
Porque ya sé lo que dice:
"Vuelve cuando ya no necesites agradar."
"Vuelve cuando aceptes dejar de huir."
Y yo, giro en torno a eso. Como una tonta. Como una niña perdida frente a una puerta que aún no tiene las llaves para cruzar.
He retomado el curso de las cosas.
Mecánicamente.
Me lavo. Como. Trabajo.
Escribo mi nombre en la parte superior de las hojas. Sonrío cuando me hablan.
Juego perfectamente bien.
Pero por dentro, está seco.
Y bajo lo seco: es líquido. Inestable. Hirviente.
Hoy, llegué temprano.
Quizás para verlo. Quizás para ser