Cuando el carro llegó a Dronx, la lluvia caía con más fuerza que antes.
El estacionamiento era al aire libre y desde donde se bajaba hasta la entrada había un buen tramo que recorrer.
Xavier fue el primero en descender. Abrió el paraguas y esperó a Lucía.
Cuando ella bajó, ambos se marcharon juntos.
En ningún momento se acordó de Liana.
Y tenía sentido: una sola persona no puede cubrir a dos con el mismo paraguas.
Las diferencias en el trato de Xavier eran tantas que Liana ya no tenía ganas de contarlas.
Abrió la puerta del carro, dispuesta a correr bajo la lluvia.
La distancia no era larga, pero la lluvia de finales de otoño calaba hasta los huesos.
—Liana, espéreme un momento.
Alguien corrió apresurado desde la entrada.
Era Vidal.
Venía con un paraguas, directo a buscarla.
—Esta lluvia es fría, si te mojas es fácil resfriarte —le explicó al llegar—. Sobre las mujeres, no pueden exponerse así, el frío se mete al cuerpo muy fácil.
—Gracias, señor Vidal —respondió Liana con sinceridad.