—Llévanos al restaurante.
Xavier habló en tono de orden.
Como siempre: llamarla cuando la necesitaba y apartarla cuando ya no.
Pero ella ya no era la Liana de antes.
Ya no iba a rebajarse por él.
Liana rechazó la instrucción con calma, sin altivez ni sumisión.
—Río de Piedra queda bastante cerca. Señor, puede tomar un carro sin problema.
Xavier frunció el ceño; la impaciencia ya asomaba en sus ojos.
—No olvides que el carro que manejas es de la empresa. Cómo se usa lo decido yo.
De pronto, algo en Liana se vino abajo.
Claro.
El carro era de Nova.
Nova era de Xavier.
Nada tenía que ver con ella, aunque hubiera entregado siete años enteros de su vida, en cuerpo y alma.
Liana reprimió la acidez que le subía al pecho y le tendió las llaves.
—Aquí las tienes.
El trabajo ya no lo quería. A él tampoco. Y el carro, menos.
Todo aquello se lo había dado él, pieza por pieza.
Y ahora lo estaba reclamando, una por una.
La serenidad de Liana fue tan inesperada que Xavier se quedó ligeramente desconc