—¡Achís!
Quizá por haberse mojado bajo la lluvia por la tarde, esa noche Liana empezó a sentirse mareada, con la cabeza pesada y las piernas flojas.
Los síntomas de resfriado eran más que evidentes.
Al parecer, lo que le había dicho el doctor sobre su sistema inmunológico colapsado no era ninguna exageración.
En ese estado, su cuerpo era tan frágil que no resistía ni el más leve viento o la menor humedad.
Para no preocupar a su mamá, Liana se quedó en el pasillo exterior, estornudando una y otra vez.
Pero tampoco podía ausentarse demasiado tiempo. Fue rápido a la farmacia por medicina y regresó enseguida a la habitación.
Por la enfermedad, Brisa casi no tenía color en el rostro y estaba visiblemente más delgada.
A Liana se le apretó el corazón.
Desde que tenía memoria, solo había tenido a su madre.
Nunca había visto a su padre ni sabía quién era.
De niña, cuando algunos compañeros se burlaban de ella llamándola bastarda, Liana había llorado preguntándole a su madre dónde estaba su papá