El silencio se volvió denso, como si cada rincón de la habitación supiera que algo estaba a punto de romperse. Él seguía ahí, de pie, con los ojos enrojecidos y la respiración agitada, como si esperara que mis lágrimas volvieran a darle una oportunidad.
Pero no. No esta vez.
Me levanté despacio, evitando mirarlo. Caminé hacia el armario, saqué una maleta y empecé a guardar algunas cosas. Doblé con cuidado mi ropa. Respiré hondo para no temblar. Necesitaba hacerlo bien. Con dignidad. Sin llanto.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó, acercándose con pasos lentos.
—Estoy tomando una decisión que debí tomar hace mucho —respondí con frialdad.
—Ana… —dijo mi nombre como si se le resbalara entre los dientes—. ¡No vas a dejarme por una puta mentira!
—¿Una mentira? —me giré con rabia contenida, alzando una ceja—. Hay fotos, Fabián. Un video. ¿Quieres que lo pongamos en la televisión para ver si “recuerdas algo”? Ahora hay un bebé en camino “felicitaciones” - dije con ironía
Él apretó los puños. Se