Entonces lo escuché. El sonido de la puerta abriéndose… y su voz.
—Verónica, te dije que no quería verte más. Todo entre nosotros fue un desastre —dijo Fabián, con ese tono seco, cargado de furia contenida.
—Fabián, estoy embarazada. No podemos ignorar esto —respondió ella con una calma escalofriante. Su voz era suave, dulce... tan calculada que dolía.
En ese instante, la puerta del salón se abrió del todo. Nuestras miradas se cruzaron. Él me vio parada allí, con la torta aún en mis manos, completamente paralizada. Mis ojos ya estaban empañados. Todo lo que había planeado, lo que había preparado con tanto amor, se derrumbaba como una maldita pesadilla frente a mí.
—¿Qué haces aquí, Ana? Mierda… me dijiste que viajarías. ¿¡Las putas mentiras otra vez!? —espetó Fabián, visiblemente enfadado, pero también con la cara del hombre que sabía que todo estaba por explotar.
—Sorpresa… —murmuré, sintiéndome más invisible que nunca.
Los invitados salieron de sus escondites. Un “¡sorpresa!” apagad