Hoy el jefe amaneció con el ánimo por el suelo, al parecer nuevamente había soñado con su gatita huraña...
Desde que comencé a trabajar con Thomas Scott las advertencias de su mamá, quién era la que pagaba mi cheque mensualmente desde que me la presentó don Enzo, eran específicas:
1- En sus crisis de ansiedad, buscar sus medicamentos, los botes estaban en la segunda repisa del lado derecho del mueble del baño.
2- Si estaba bajo estrés, darle algo dulce, le calmaba y lo ponía atento a lo que debía hacer.
3- Cualquier cosa diferente en la rutina del jefe debía ser informada al jefe de seguridad de Scott y asociados.
4- Además, contaba con un chofer y un guardaespaldas personal para que nos acompañaran a cada lugar que fuéramos.
5- Ah y por último, no leer sus diarios.
Craso error darme esa indicación, era lo suficientemente cotilla para no aguantarme y ya les había echado un vistacito en alguno de los momentos en que estaba sola esperando a mi jefe.
Mi jefe, el único, grande e insoportable Tiburón de los Tribunales, Thomas Scott, no era ni la cuarta parte de lo que había podido investigar mientras hacía dormir a mi pequeña Sara.
Era un buen hombre, en un cuerpo de viejo amargado, por las razones que tuviera siempre estaba con el ceño fruncido y m****a, me encantaba picarlo, caía rapidito y eso lo mantenía fuera de sus ataques de ansiedad.
Lo que había leído de él era que se graduó de la NYU con suma cum laude. Era el segundo hijo de don Adam Scott y se decía en los pasillos de la corte que hasta el incidente dónde descubrieron que su tía quería eliminar a todos los Scott de la faz de la tierra, era un asco de ser humano. Después, hay un periodo de tiempo que está en blanco, pero me imagino que tiene que ver con sus citas con la doctora a la que lo estoy acompañando como su fiel escudera.
Ya llevo tres meses trabajando con él y debo decir que no es malo, sólo insoportable, pero la paga es buena y los horarios bastante tranquilos. Eso me da tiempo para seguir estudiando para sacar mis estudios secundarios y seguir cuidando de mi pequeña Sara.
Después de leer un rato la novela más reciente de Valery Archaga y terminar de ordenar lo que mi jefe tiene que hacer para mañana, me acuesto con mi princesa y trato de dormir un poco...
—Mamá… ¿Dónde está mi mamá?
—Señorita, ¿me escucha?
—Mi mamá, ella está embarazada y…
—Lo siento señorita, ya vendrá el doctor, pero qué bueno que despertó.
—Agua.
—Un momento, ya vuelvo…
—Doctor, doctor, la chica de la cuatrocientos once despertó.
—Hola, soy el doctor Preston, estás en el hospital memorial de Texas, tuviste un accidente y…
—Doctor ¿Dónde está mi mamá?
—Lo siento, fuiste la única sobreviviente…
—¡No!
—¡Despierta Dani! — sentía como mi cuerpo era movido y el llamado de alguien, pero no me atrevía a abrir los ojos, otra vez me pasaba lo mismo.
—¿Qué me pasó? Yo estaba en el hospital y… y...
—Tranquila chiquilla, tuviste una pesadilla otra vez, pero será mejor que te levantes, ya son las siete y debes irte a trabajar. Yo llevaré a esta piccola principessa a la guardería.
—Gracias don Gio, no sabe cuánto me ayuda con eso.
—Bueno, nada de dramas y ponte las pilas que debes volar, sino ese demonio de Thomas te va a…
—Despedir. Ay, don Gio, si escuchara la cantidad de veces que mi jefe me lo dice al día no me las creería, más bien ahora que lo pienso es casi como un juego, tú me retas y yo te reto, después volvemos a lo mismo y así se nos pasa el día.
—Pues eso es bueno mi niña, por lo menos no te aburres.
—Con Thomas Scott jamás tendré tiempo de aburrirme don Gio.
Ambos nos reímos de mi jefe y su trato conmigo, pero no tenía nada de qué quejarme, él era el mejor jefe del mundo mundial, salvo cuando andaba en sus días, lo que pasaba bastante seguido.
Comencé mi mañana dándome una merecida ducha y aproveché los productos que la señora Gloria y la jefa me regalaron. Ayer fue mi cumpleaños y sólo la jefa y la señora Gloria lo sabían, por eso la señora Gloria, tan hermosa como siempre, me había hecho una tarta de manzana como las que hacía mi mamá. En ella estaba pensando en mi sueño y en cuanto la extraño. Luego el dolor y la soledad. Cada día que pasa es una pequeña espina que se clava en mi corazón por no haber podido estar con ella en esos momentos.
—Daniela López, apura el paso, ya tienes una fila que llega a la otra manzana— me grita don Gio desde fuera. Desde que llegué a Nueva York tuve que vivir en donde me pillara la noche, pero un día conocí a mi benefactor Enzo Di Rossi, el hombre más guapo y tierno del mundo mundial, un adonis de tomo y lomo que sacaba suspiros de todas, todos y todes, pero que tenía su corazón empeñado con la mujer más maravillosa del mundo y bueno la hermana de mi jefe, la señora Alma Di Rossi. Ellos dos eran el símbolo de la perfección hecho humanidad, los dos bellos, ricos e inteligentes y mi ejemplo a seguir. Algún día esperaba conocer a mi príncipe azul como lo hizo la señora Alma y vivir mi felices para siempre. Ah, pero porqué me acorde de ellos es porque cuando los conocí dando comida en uno de los albergues en que me estaba quedando, mi Sarita les llamó la atención y aunque pensé que querían quitármela, la bondad de don Enzo me conmovió. Nos trajo al Duomo, una institución creada por él y el loco de mi jefe en donde se apoyaba a jóvenes como yo, o sea casos especiales.
Así era mi nueva vida en este país, junto a mi pequeña y siendo la sombra de don Thomas Scott, alias el señor aguafiestas.