El cómo llegué a eso fue con harto esfuerzo y dedicación.
Con el tiempo, el señor Enzo notó que era buena y me presentó a su suegra, mi ahora querida jefa Blue Scott Soré, una dama en toda la extensión de la palabra, a la que apodaban la reina de los tribunales. Ella y su marido eran las cabezas de Scott y asociados y debo decir que el cambio de trabajar haciendo una que otra cosilla para don Gio a trabajar bajo el alero de la señora Blue fue un salto largo, alto y ancho todo a la vez.
Empecé con ella, la que me tomó como su aprendiz y debo de decir que al estar bajo su alero aprendí muchísimo, hasta que su hijo decidió volver y ella me citó a su oficina.
“Quiero que seas como una sombra para mi hijo, él está saliendo de su escondite y aún tiene miedo. Sé que me entiendes, pues también te ha tocado pasar por eso y es por esa misma razón que confío plenamente en ti, mi querida Dani”. Fueron sus palabras, las que llevaba como hierro incrustadas en mi cerebro, ella confiaba en mí y no la defraudaría.
—¿Y todo este rollo por el baño? — salí de ahí para ver a los chicos uno tras otro en filita india, esperando bañarse, eso era algo que debería hablar con don Gio y los jefes, faltaba un baño con duchas como las de las escuelas, no podíamos lidiar con tres baños individuales por separado, sobre todo en esta época en que habían llegado varios chicos más a la casa hogar.
—Apura el paso chiquilla y déjame la leche para esta preciosura que recién despertó.
—Entendido don Gio, ya le oí—miré el reloj de la pared y dios me había pasado en cinco minutos—, m****a estoy atrasada…
Salí disparada a mi habitación y me vestí como si mi vida dependiera de ello, armé la fórmula de Sara y corrí con ella a la cocina, le eché agua y batí, probé que estuviera tibia y se la entregué a don Gio que tenía en sus brazos a mi pequeña, besé su cabecita y volé por las escaleras, por suerte al salir del Duomo estaba don Luis esperándome con una cálida sonrisa y un café con una dona.
—Toma chiquita, el jefe nos está esperando y ya sabes cómo se pone.
—Mil gracias don Luis, usted es mi ángel de la guarda.
—Lo sé, pero ponte el cinturón de seguridad, sino no me muevo.
—Entendido — le hice caso y tomé un sorbo de mi café — ahora sí, corre como el viento tiro al blanco, yihaaa.
Las risas de don Luis y Robert fueron instantáneas, me encantaba ser la alegría de todos, aunque por dentro estuviera rota en mil pedazos, me sentía como el bufón de la corte, pero con un aire 2.0 y me amaba.
Llegamos con tiempo a la mansión Scott y mi jefecito como siempre nos esperaba en la entrada.
—Aguafiestas…— yo quería mi tarta de manzana.
—Buenos días para ti también, López.
—¿Se bañó jefecito?
—Por supuesto, como todos los días ¿Por qué me preguntas eso?
—A bueno, será porque se nota que dejó las malas pulgas en casa señor. — la cara roja de mi jefe y las risas contenidas de esos dos que iban con nosotros no tienen precio, pero no me podía quedar callada, esa era yo, Ló…
— ¡López!
—Upsi, perdón jefecito.
Después del impasse, provocado por mí, por supuesto, seguimos nuestro viaje en silencio, bueno en el silencio de mi jefe, yo me dediqué a cuchichear con esos dos sabandijas para indagar sobre el guardaespaldas de la señora Alma, es que diosito santo si don Enzo era un adonis, ese hombre, uff era la personificación de Thor, si me gustaba la mitología y a cada uno de los machotes que me atraían les daba una personificación y como dije ese dios nórdico le venía de perilla a aquél guardaespaldas. Pelo Castaño claro con algunas lucesitas doradas, ojos verdes y dos metros de puro músculo que se escondían en un traje negro y uno lentes que le hacían juego.
—López, ya llegamos ¿Te quedarás ahí sentada esperando a que te de la mano como a una princesa?
—¿Eh? Sí, sí ya voy jefecito.
—Te quiero más atenta, López ¿En qué estabas pensando?
—En nada, jefecito. Solo en los exámenes finales.
—¿Por fin terminarás la secundaria?
—Sí, la próxima semana serán los exámenes y dios quiera que todo salga bien.
—Tiene que serlo, sino…
—Me despide, ya lo sé. Dios algún día seré yo la que renuncie, a ver qué hace ahí.
—Te contrato y te vuelvo a despedir.
—Aguafiestas.
—Ya deja de decirme así.
—Pero si es verdad, jefecito. No ve que el día esta hermoso, los pajaritos cantan y la contaminación está en su pick.
—Mierda, López. De verdad que no sé que tanto mal he hecho en mi vida para merecer tanta tortura de tu parte. Mentira, si lo sé, pero mejor vamos antes de que te despida.
—Cómo me encanta trabajar en Scott y asociados.