La mañana se pasó entre conversar con mis amigoss, conocer a los nuevos y mis nuevas instrucciones. Al mediodía me dirigí al Duomo, para ver si ahí conseguía información y tuve suerte, o eso creía, pues me encontré con la muñequita de porcelana que estaba esperando al incordio de Scott y entre lo poco que pude sacarle me dio parte de la rutina de ese idiota. Peor era nada, ya podría seguir investigando ahora que tenía un poco más de libertad. Salí de ahí con aires renovados, hasta que una llamada de Enzo me sacó de mis labores y me provocó un nudo en la garganta.
Alma había tenido una subida de presión y estaba hospitalizada. Corrí como un loco por las calles de la ciudad, ¡Mierda, justo hoy que la dejo sola y pasa esto! No sé cómo lo hice pero volé pasándome todos los altos y semáforos que se pusieron frente a mí.
—Si algo le pasa a Alma, jamás me lo voy a perdonar y menos lo hará Dana, ¡Dios, cuida a mi pequeña estrella y a su bebé! —oraba, mientras veía el camino pasar, creo que fueron los minutos más estresantes que he tenido desde que volvimos a residir aquí.
Llegué al hospital y me encontré con toda la familia, mientras esperábamos noticias de Alma, me quedé sentado escuchando que es lo que hacía cada uno en ese momento, hasta que la doctora Sinclair salió a darnos el parte médico, por suerte ambos estaban bien y con Enzo pudimos respirar.
Cuando me tocó mi turno, Enzo estaba sentado tomando la mano de mi amiga, parecía que los colores la han vuelto a la cara y eso me tranquilizó, pero no esperaba la misión que me pediría esa loca de patio…
—Necesito que contactes a Dana y le digas que quiero verla.
—¿Estás loca?— eso debía ser ¿no? porque no me imaginaba otra cosa pasando por esa cabecita.
—Si y por eso estoy aquí, yo sé que si tú se lo pides ella vendrá.
No, esto no podía ser cierto, ¿Alma nos había mentido a todos? Esto no podía ser, pero algo en sus ojos la delataba, por eso la encaré, me duele con no me lo haya dicho y se le ocurriera esta locura.
—Mierda Alma ¿No me digas que lo fingiste?
—No es eso, Jex — No es ella la que hablam sino que mi amigo Enzo, con ese tono de paz mundial que a veces me enfurece — es solo que ya es el momento y tú eres el único que la puede convencer.
—¿Saben que estamos jugando con fuego no?
—Y nos quemaremos en el infierno, pero peor es nada mi guardaespaldas favorito, yo veo bien a Thomas y creo que mi sobrino y Dana merecen saber la verdad.
—No sé si esto es lo mejor, pero la llamaré. Ah, Alma, necesito tu clave de seguridad para hacerlo lo más discreto posible.
—Oh, claro, es Mio miele todo junto en negritas y cursiva— me responde toda cantarina y la cara de Enzo está de un rojo intenso que me provoca reír—. Aunque ¿Crees que será necesario?
—Han cambiado muchas cosas en la oficina y para hacerlo todo se requiere de la autorización de uno de ustedes o de Jack, pero como quieres todo rápido y que nadie sepa, no voy a andar pidiéndole a otro si te tengo a ti. —digno de un Oscar, Jex, la frase para el oro.
—Okey, me parece. Ahora ve y hazme ese encargo, aprovecha de decirle al baboso que entre después de que salgas, me imagino que es el último ¿no? Además, ya tengo sueño y hambre.
—Ya voy mamá gallina.
Salí de la habitación de Alma y le hice un amague de que entrara al incordio ese que era el último en la lista de visitas insoportables. Mientras salía del hospital, llamé a Dana y le conté lo que me había pedido Alma y me hice el que no sabía que ella los había visto y que ya conocía a puntit. Mentí, tal y como le había mentido a Alma para conseguí la clave de seguridad, pero era la mejor forma de cubrir todos los flancos, nadie sospecharía lo que estaba investigando y menos de los motivos por los que lo hacía. Porque ni de esos estaba seguro.