La noche cayó con una intensidad inusual sobre la ciudad. Las luces de los autos se reflejaban en los charcos del asfalto, y el viento arrastraba el murmullo de un viernes que apenas comenzaba. Sofía caminaba sin rumbo fijo, con las manos dentro del abrigo y la mente atrapada en un torbellino. Las palabras de Max resonaban una y otra vez en su cabeza, golpeando las paredes de su razón. Había jurado no volver a mirarlo de esa manera, no volver a sentir lo que sentía… pero, aun así, el eco de su voz le quemaba por dentro.
Cuando llegó a su edificio, el silencio la envolvió. El ascensor subió lento, como si quisiera darle tiempo para decidir si realmente quería enfrentarse a sus emociones. Frente al espejo del recibidor, observó su reflejo. La mujer que la miraba de vuelta no era la misma adolescente ingenua que una vez creyó en promesas vacías. Era una mujer diferente: más fuerte, más fría, pero con un fuego interno que amenazaba con volver a encenderse.
Se quitó el abrigo y se dejó cae