Sentada en la sala de la casa de Fernando, junto a mis padres, por primera vez me sentí fuera de lugar.
Antes, Fernando y yo correteábamos por ahí, y hasta inventábamos pretextos para escaparnos a su cuarto y besarnos a escondidas.
Pero ahora…
—Mi Luna —dijo su padre con una sonrisa radiante—, no sabes cuánto esfuerzo ha hecho Fernando para ganarse el corazón de Lucía.
—Pudo haberla conquistado directamente, claro, pero insistió en hacerlo todo bien: pidió nuestro permiso para cortejarla con intención de casarse, me pidió visitar antes a su padre, y no quiso conocerla oficialmente hasta que todo estuviera perfectamente arreglado.
Miré la sala decorada con esmero, llena de rosas vivas.
En la mesa, se exhibían bocadillos caros para agasajar a los invitados. Hasta el perrito de la familia lucía un moño nuevo y reluciente.
Fernando, frente al espejo, se acomodaba una y otra vez el cuello de la camisa, peinándose con obsesión, sin permitir que su imagen tuviera el más mínimo defecto.
Qué irónico. Ayer mismo, estábamos en su cama, tocándonos con urgencia. Él besaba con devoción ese lunar en mi cintura...
Incluso los boxers que lleva puestos ahora, los compré yo.
Luna suspiró, tomando la mano de mi madre con cierta tristeza.
—Lo de Fernando y Ofelia fue una verdadera lástima. Incluso llegamos a planear su compromiso desde pequeños. Siempre fueron tan cercanos, tan unidos, que pensé…
—Ofelia es tan guapa, tan dulce y noble… la adoro. Pero parece que el destino no quiere que seamos familia.
Agaché la cabeza. No dije nada.
Tenía miedo de que, si decía una palabra, las lágrimas me traicionaran frente a todos.
—¡Mamá! —gruñó Fernando, frunciendo el ceño con fastidio—. Ofelia es solo una amiga, la mejor de todas, sí, pero nada más. No exageres. Ese compromiso fue una broma de infancia. No lo tomes en serio. Y por favor, que Lucía no se entere… si lo malinterpreta, podría molestarse.
No le importaba la presencia de los mayores, ni el tacto, ni el pudor.
Clavó sus ojos en mí, con frialdad, como si fuera yo quien buscara la aprobación de su madre.
—Ofelia, ¿dónde está el brazalete que mi madre te dio?
Me quedé callada.
Entonces él se acercó y me tomó del brazo, con fuerza.
—Ese brazalete era el símbolo de nuestro compromiso. Te lo entregué como promesa. Devuélvemelo.
Antes de que pudiera terminar, el ambiente en la sala cambió de golpe.
Todos enmudecieron. El aire se volvió denso.
Mi madre intentó levantarse, pero Luna la detuvo. Se adelantó y empujó a Fernando con fuerza.
—¿Qué te pasa, Fernando? ¿Cómo puedes actuar así?
—¡Ni siquiera estás con Lucía aún! ¿Y ya estás reclamando lo que tú mismo diste con lágrimas y caprichos?
Fernando se quedó paralizado. Por un instante, algo se quebró en su mente.
Los recuerdos enterrados regresaron con violencia.
Cuando yo tenía dieciocho, otro chico empezó a cortejarme con intensidad.
Fernando lo supo, y esa noche bebió hasta perder el juicio.
A escondidas, tomó el brazalete familiar que estaba destinado a su futura Luna y apareció en la puerta de mi casa, tambaleándose, borracho y desesperado.
—Póntelo… —susurró, casi llorando—. Por favor. Tienes que ser mía.
Volviendo al presente, inhaló profundo, aflojó su corbata y soltó una sonrisa forzada.
—Bah, da igual. Solo es un brazalete. Lo que se da, no se pide de vuelta. Quédate con él, Ofelia.
—No hace falta —dije, poniéndome de pie. Mi voz sonó tranquila, contenida—. Te lo devolveré. Voy por él. No tardaré.
Sin esperar a que alguien intentara detenerme, me giré y me fui a paso firme, antes de que mis labios temblorosos delataran todo lo que sentía por dentro.