Esa tarde me encerré en mi cuarto.
No pasó mucho tiempo antes de que regresaran mis padres.
—La tribu Y queda a mil leguas —dijo mi madre con voz baja, mirándome con cautela—. Si te vas de verdad para allá, ¿y luego regresar? Se va a complicar todo.
Mi padre, detrás del periódico, lanzaba miradas hacia la puerta.
Me puse el abrigo.
—Allá hace buen clima —respondí con una sonrisa—. Siempre han dicho que cuando se retiraran querían vivir en un lugar así.
Sonreí y tomé la mano de mi madre con ternura.
—Yo puedo hacer lo que me gusta. Estoy pensando en abrir un estudio de danza… —me excité al contarlo—. Y ya saben que si tengo oportunidad de presentarme o no, no me preocupa tanto.
—Pero… —mi madre frunció el ceño y se quedó sin palabras—, Ofelia, tú…
Miré el reloj.
—Está bien, lo tengo decidido y es en serio. No tienen que preocuparse por mí, pero sí por sus finanzas.
Le di un beso suave en la mejilla a mi madre.
—Tengo cosas que hacer. Me voy.
El solo pensar que quizá el tiempo y la dista