Ojo por ojo (1era. Parte)
El mismo día
En el purgatorio
Katya
Supe que algo no andaba bien con Iván. Lo sentí en su forma de mirarme: fría, calculadora. Había algo tenso bajo su sonrisa, algo en su postura que no encajaba con la versión que recordaba de él. Me dije que estaba sugestionándome, que eran imaginaciones mías. Después de todo, él me había ayudado en el hospital. Incluso creí ver un atisbo de empatía aquella vez… y tal vez por eso le abrí la puerta.
Pero al mismo tiempo, había algo que me hacía dudar. El Iván que conocía —orgulloso, vanidoso, incapaz de soportar el rechazo— jamás habría vuelto tras la humillación. Su ego herido no se lo habría permitido. Entonces, ¿qué lo motivaba ahora? ¿Por qué esa visita, ese tono, esa calma fingida?
Aun así, lo dejé entrar. Fue cuando vio mi laptop y dijo que estaba “trabajando” en mis coreografías que algo dentro de mí se encendió. Las alarmas saltaron. Yo no trabajo así. No reviso grabaciones, no estudio movimientos antiguos. Yo bailo con el instinto. Dejo que