Lo que sentimos (2da. Parte)
El mismo día
Úglich, cerca de Moscú
Katya
Los momentos incómodos son inevitables, como grietas que aparecen de pronto en el suelo que creías firme. Lo peor no es tropezar con ellos, sino no haberlos visto venir. No hay advertencias. No hay varita mágica que los disuelva ni reloj que nos permita retroceder. Aparecen sin anunciarse, y de pronto todo el aire se espesa, las palabras se traban, y los silencios se vuelven demasiado ruidosos. Te descolocan. Te desnudan frente a ti misma. Te obligan a elegir entre dos caminos: reaccionar con sensatez, contener el impulso de incendiarlo todo, buscar una salida sin romper más de lo que ya está roto… o simplemente dejarte arrastrar por la corriente, hacerte pequeña, fingir que no duele y esperar que el instante pase, como una tormenta que no decides enfrentar, pero tampoco puedes detener.
Y lo curioso es que ninguna opción garantiza paz. Porque incluso cuando eliges el camino más racional, algo dentro de ti se pregunta si callaste demasiado, si