Lo que sentimos (3era. Parte)
Unos días después
En el purgatorio
Levian
Confiar… Qué palabra más patética. Qué idea más absurda. Solo los débiles confían. Solo los ingenuos miran a otro ser y creen, en su limitada fantasía, que será fiel a su palabra, a sus actos, a sus promesas. No hay mayor estupidez que ceder el control a alguien más y esperar que no te traicione. Porque confiar no es un acto noble. Es una rendición disfrazada de esperanza. No existen garantías. Jamás las hubo. Puedes vestir al cordero con oro, entrenarlo, alimentarlo, mimarlo… pero si lo sueltas, morderá o huirá. Así es la naturaleza humana. Inestable. Inútil. Traicionera.
Por eso yo no confío. Yo diseño, manipulo, arrastro los hilos desde las sombras. Y si no puedo meter la mano directamente… entonces la meto por dentro, por el alma. Moldeo deseos, corrompo voluntades. Porque esperar que otro haga lo que esperas es como lanzar una moneda y apostar tu vida al aire. Y, aun así —porque el universo también se burla— a veces, incluso tomando cada