Fue un beso breve, pero cargado de electricidad y, aunque Adrián lo propició se alejó como si se hubiera quemado, salió de la oficina de la capitana sin decir palabra dejándola atónita por su reacción.
“¿Qué fue eso? –se preguntó la capitana en voz baja. ¿Si pasó? ¿Adrián Remington acaba de besarme? O lo que es peor, ¿yo se lo permití?, pero, ¿por qué salió casi corriendo de aquí? ¿No le gustó besarme? Pues a mí tampoco –concluyó sin mayor racionamiento.”
“No debí haberme dejado llevar, eso fue un inmenso error, el beso no fue intencional, es como si hubiéramos tropezado, claro, eso fue. Dios, parezco un niño con semejante justificación. ¿Qué me hizo sentir? –se preguntaba Adrián–. No lo sé bien, pero es algo nuevo, distinto, debí haber profundizado, ahora tendré que esperar a volver a verla para actuar en consecuencia.”
Con esos pensamientos cada uno se refugió en el trabajo pendiente y por ese día inconsciente o deliberadamente no volvieron a encontrarse.
***
En Nueva York, Mary Ann