Mientras tanto en una oficina situada en un lugar frío, metálico y con muchas máquinas de avanzada tecnología, se llevaba a cabo una agria discusión:
–¿Cómo que lo perdieron? ¿Dónde exactamente lo perdieron? –preguntaba un hombre vestido totalmente de negro, con anillos en todos los dedos de sus manos que también lucían muchos tatuajes.
–En el Océano Atlántico.
–Es decir, que ahora mismo puede estar en cualquier parte de África, Europa o América, pero no lo sabemos porque ustedes perdieron el rastreo y no tienen ni una maldita idea de dónde buscarlo –señaló con una voz controlada y una calma que asustaba más que cualquier grito que se le hubiera ocurrido proferir.
–Yo pensé que lo tenía –indicó Karen cabizbaja.
–En primer lugar, no tienes por qué pensar, ese no es tu trabajo, solo haces lo que yo te digo que hagas y, en segundo lugar, solo me estás demostrando que ya no me eres útil.
–Claro que soy útil –aclaró pa