—¡¿Qué dices?! ¡Pedro, esto es nuestro fin! —gritó Fely, la desesperación reflejada en su rostro mientras las lágrimas amenazaban con brotar de sus ojos.
El miedo la envolvía como una sombra oscura, y el futuro que tanto habían soñado parecía desvanecerse ante sus ojos.
Pedro, con una calma que contrastaba con la tormenta emocional de Fely, pellizcó su mejilla con fuerza y la miró a los ojos.
—¡Cállate, tonta! Esto no es nuestro fin, no si sabemos mover las piezas a nuestro favor. Si pierdes la cabeza, lo arruinarás todo —dijo con firmeza, tratando de infundirle confianza.
Su voz, aunque autoritaria, tenía un matiz de ternura que pretendía calmarla.
Fely lo miró, casi al borde de las lágrimas.
Tenía miedo, un miedo profundo que la consumía.
Había arriesgado tanto por él, y si todo se desmoronaba, sería como apostar al caballo viejo y arruinado, un error que podría costarle todo.
—Pedro, yo te he amado por estos años. Juraste que seríamos ricos —su voz temblaba, y la angustia se refleja