Mayte pensó en entrar y hablar con él, pero luego se detuvo en seco.
El dilema la consumía.
Sabía que su intervención podría detener el desastre inminente de Bella Antica, pero al ver la hora, una sensación de impotencia la invadió.
Era tarde. Retrocedió, sintiendo que el peso de la decisión le oprimía el pecho.
“No puedo salvar a quien no quiere, ni merece ser salvado”, reflexionó, sintiendo que cada palabra resonaba como un eco en su mente.
La tristeza y la frustración se entrelazaban en su corazón, y la idea de que su esfuerzo pudiese ser en vano la llenaba de desasosiego.
A pesar de su amor por la empresa, había límites que no podía cruzar.
Al salir, encontró a Manuel, quien la esperaba con una mezcla de ansiedad y determinación en su rostro.
—¿Todo está listo? —preguntó él, su voz cargada de expectativa.
Ella asintió, pero la preocupación la mantenía en tensión.
—Sí, todo está listo, Manuel, pero… —su voz se quebró, y la incertidumbre la invadió.
—¿Pero? —repitió él, notando el ca