Manuel tuvo una idea, una que siempre había estado latente en algún rincón de su mente, agazapada como un secreto prohibido.
No era nueva, pero sí peligrosa.
Había pasado años negándose siquiera a pensarla, temiéndola como se teme a una verdad que podría destruirlo todo.
“¿Y si hago una prueba de ADN a Hernando?”, pensó en voz baja, con un estremecimiento que le recorrió el cuerpo.
No obtuvo respuesta. Ni de su conciencia ni del silencio que lo rodeaba. Solo el peso abrumador de la duda, como una piedra fría en el pecho.
Mayte ya estaba lista, igual que él. Se encontraron en la puerta, sin cruzar demasiadas palabras.
—¿Todo está bien? —preguntó ella, intentando sonar natural.
Manuel asintió. Ella también.
—Vamos, Herny, vas a ir a jugar a la guardería mientras mami va a trabajar —dijo Mayte con voz dulce, tratando de sonar alegre.
—Sipí, pero cuando volvamos, papito loco… ¿Me llevas al parque? —preguntó el niño, abrazando las piernas de Manuel.
Manuel sonrió, y en esa sonrisa se le que