Ilse caminó despacio por el pasillo oscuro. Cada paso resonaba como un eco del presentimiento que ya la devoraba por dentro.
Algo no encajaba.
Desde hacía semanas, esa sensación de traición le oprimía el pecho, y ahora, al escuchar los gemidos que venían del otro lado de la puerta, lo supo sin necesidad de ver.
No quería creerlo, pero algo dentro de ella le decía que no estaba equivocada.
Se detuvo frente a la puerta. El aire parecía más pesado. Respiró hondo, intentando contener el temblor de sus manos.
Tomó su teléfono y encendió la pantalla. La luz azulada iluminó su rostro pálido, revelando las lágrimas que se habían secado sobre su piel.
Activó la cámara. Quería pruebas. No solo necesitaba verlo… necesitaba demostrarlo. A él, al mundo, a sí misma.
Abrió la puerta lentamente, apenas unos centímetros.
El sonido de la madera crujió y contuvo el aliento. La rendija le permitió ver lo suficiente.
Con el pulgar, amplió la imagen. Y entonces la vio.
El corazón le dio un vuelco. Su gargan